Editorial

Los 8 de marzo son una fecha especial. Esta fecha permite a lo largo de los años conmemorar a las trabajadoras asesinadas en 1857 en New York en el marco de una huelga obrera. Este 8 de Marzo es especial, la lucha de las obreras asesinadas cobra más sentido que nunca. Desde la segunda posguerra habíamos logrado consensos mínimos en torno a los derechos humanos, tras el horror de la segunda guerra mundial se crearon una serie de instancias de organización supranacional que permitían mantener ciertos acuerdos. Derechos de les trabajadores, de las niñeces, regulaciones en torno a la salud, y el cuidado del medio ambiente, formaban parte de consensos que hoy están siendo cuestionados.

En una ola de reacción sin precedentes para las personas de nuestra generación, vemos avanzar y reproducirse discursos de odio, racismo, homofobia, transfobia, aporofobia, que vienen instalándose en el imaginario social como una nube negra de deshumanidad. Esto no es casual sino intencionado, las clases dominantes intentan cada vez más profundizar el individualismo, que no miremos al que tengo al lado, que pisemos la cabeza del más débil, porque para el neoliberalismo la solidaridad es un obstáculo para la acumulación desmedida de la riqueza.

En este contexto ¿Qué pasa con las discusiones y avances logrados por el movimiento feminista a lo largo y ancho del mundo? Se había logrado avanzar en el reconocimiento de las tareas de cuidado en nuestro país con la reglamentación de la ley de contratos de trabajo que exige el pago de jardines maternales; con moratorias jubilatorias que permitieron jubilar a nuestras madres, a quienes sus patrones no habían hecho aportes jubilatorios, o bien habían desarrollado tareas no remuneradas a lo largo de toda su vida; con el reconocimiento de la soberanía de nuestros cuerpos, a partir de leyes que permiten contar con métodos anticonceptivos e interrupción voluntaria del embarazo; con un marco legal que permite mejorar las condiciones de inclusión de las personas de la diversidad sexual condenadas históricamente a habitar los márgenes de la sociedad con los peligros que eso implica, entre otras cosas. Todo esto hoy está siendo cuestionado y en riesgo de retroceso. Reconocer el valor de las tareas de cuidado implica redistribuir y eso está en oposición con quienes solo quieren acumular riqueza.

Las trabajadoras mineras no estamos exentas de estas discusiones. Seguimos peleando por que nuestras tareas de cuidado sean debidamente reconocidas con licencias que nos permitan conciliar trabajo y familia, seguimos exigiendo carreras de ascenso que nos habiliten llegar a puestos de mayor jerarquía, y seguimos demandando espacios de trabajo saludables y libres de violencias. Pero sabemos que esto no se logra aisladamente, somos inevitablemente parte de un movimiento mayor construido por cada una de las trabajadoras remuneradas y no remuneradas que pelean desde sus lugares de vida y trabajo por un mundo más justo y equitativo.

El 8 de marzo marchamos, por nosotras, nuestras hijas y nuestras madres.